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InicioMiembroDetalles del miembro elegido
Tony el Grande

Msn: tonyelgrande_uo@hotmail.com
Mail: tonyelgrande_uo@hotmail.com


Otros pjs:
Tonyuk el artesano.

Habilidades:
Notable Caballero, habil con la espada y la pluma
Es curioso como el amor juega con los corazones de los hombres. Curioso, y terriblemente desesperante.
Nos ata, nos liga a él con lazos que creemos irrompibles, para luego desaparecer y dejarnos solos, desnudos en el vacío.
No diré que la mia es una historia triste, simplemente es una historia de alguien que apostó todo a una carta, la carta perdedora, y arriesgó su cordura, su vida misma. Pero la luz siempre se impone a las tinieblas.

Al pisar Brittania por primera vez, era un hombre lleno de sueños y planes. Como siervo de La Luz, utilizaría mi espada para defender toda causa justa, y devolver así a la La Luz su brillo largamente perdido. Todo esto se arremolinaba en mi cabeza sin saber siquiera cómo empezar.
Fue duro al principio, puesto que si bien tenía mis objetivos más que claros, la realidad me mostró una cara bastante más amarga. Brittain resultó ser una ciudad más siniestra de lo que había imaginado. Las personas caminaban sin levantar la vista, pocos eran los que se veían formando grupos, y quienes lo hacían, parecían más una manada de lobos al acecho que un grupo de gente honrada. Es más, honradez, junto con alegría, parecían ser palabras desconocidas y sin sentido en ese lugar.

Decidí comenzar de a poco, puesto que mis habilidades con la espada no eran las mejores aún, buscando algún trabajo que me permitiese al menos comer y vestirme. Fue así como empecé a trabajar para el viejo Rudolph, un anciano un poco loco que vivía a las afueras, pero que aún guardaba algo de dignidad en su corazón. Las tareas eran simples, se trataba de llevar a cabo todo aquello que sus viejas manos no podían hacer ya. Talar, cazar, cocinar, y hasta negociar mercancías fueron tareas a las que pronto me acostumbré, y a las que supe llegar a disfrutar cuando veía la cara de felicidad del viejo al no encontrarse solo para hacerlas. Rudolph fue abriendose con el tiempo, hasta el día que descubrí que el ahora decrépito ser había sido, hacía ya mucho tiempo, comandante al servicio de Lord British. Ví en esto una gran oportunidad, ya que quién mejor que él me enseñaría los secretos del combate, aunque al principio me costó imaginar a este hombre en apareciencia sencillo y vencido por la fatiga de sus largos años al frente de grandes ejércitos. Todas mis dudas volaron como hojas al viento el primer día de entrenamiento. Esos brazos otrora flaccidos y en apariencia débiles, tomaron una fuerza y una firmeza que simplemente no hicieron menos que maravillarme. Mucho fue lo que de él aprendí, y no solo en el arte de la guerra, ya que el viejo resultó ser muy culto y versado en viejas tradiciones. Entonces comprendí que Rudolph nunca necesitó que nadie lo ayudara en sus tareas, el sólo necesitaba alguien en quién confiar. El anciano necesitaba un amigo.
Todo parecía marchar ajustándose a mis planes, mas el camino no hacía mas que comenzar, y aún no había llegado ella...

Cinco años pasaron desde el día en que conociera a Rudolph, hasta que una mañana, noté que el viejo se demoraba en acudir a nuestra reunión diaria para tomar el desayuno. Luego de esperarlo unos momentos, decidí ir a buscarlo y así averiguar el porqué de su tardanza, siendo él un hombre tan puntual como era. Grande fue mi sorpresa cuando al entrar en su casa lo ví sentado a los pies de su cama, sosteniendo su vieja espada y canturreando unas palabras que aún hoy suenan en mis oídos...

"La vieja palabra destino
quiso sorprender a su suerte,
le cruzó en medio del camino
la sonrisa de la muerte..."
"Y así como volver a empezar
todo termina de repente,
pero no me digas adiós,
sólo dime Hasta Siempre..."

Lo dejé terminar, no atreviendome a interrumpirlo, tan concentrado como parecía estar en recitar esas palabras. Palabras a las que no les encontré sentido, hasta que el viejo notó mi presencia y alzó los ojos para mirarme. Entonces descubrí que algo había cambiado, su mirada no era ya la misma, y aún sin pronunciar él una palabra, supe perfectamete lo que estaba ocurriendo. Con un gesto me invitó a sentarme a su lado, y una vez lo hube hecho, puso su mano sobre mi hombro y lenta pero claramente dijo: "Hijo mío, me muero". Tal vez fuera la claridad con la que dijo estas palabras, o tal vez que ya sabía yo lo que me diría, pero el caso fue que no me sobresalte, y lo único que tendimos los dos fue a fundirnos en un largo abrazo, como de padre a hijo. Acto seguido, Rudolph comenzó a comentarme todo lo que devería hacer tras su muerte, y lo hacía llendo y viniendo por la habitación, llevando y trayendo papeles, cofres, bolsas, como quien da las últimas directrices antes de emprender un largo viaje. Tube que detenerlo, puesto que lo que en un principio parecia prisa, se transformó en deseperación, y el pobre anciano estubo a punto de desplomarse cuando intentaba subir un pesado baúl sobre la mesa. Una vez calmado, me confesó que no quería que yo me quedase en Brittain. Me dejaría todas sus posesiones, a excepción de la casa donde vivía actualmente, la cual devería ser vendida. Parecía molestarle sobremanera la idea de que me quedase solo viviendo allí. Según él, "este nido de ratas", como solía llamar a la ciudad, iría a peor, y no quería que me quedase y corriese el peligro de caer en las malas artes de quienes por allí vivían. Le juré por mi vida que cumpliría hasta la última de sus voluntades, y asi pareció calmarse al fin.
Por último, me entregó un manuscrito donde figuraban todas sus posesiones y donde expresaba formalmente que sería yo quien dispondría de ellas tras su muerte. La lista era corta, pero no por ello falta de valor. El viejo habia elegido vivir una vida humilde, pero esto no quiere decir que no supiera llevar sus negocios a buen puerto. En el manuscrito figuraba una importante cantidad de monedas de oro, algunos caballos, objetos personales, y una casa, situada en la lejana isla de Jhelom.
Esa misma noche cenamos juntos y charlamos largamente de nuestros primeros días cuando ninguno de los dos sabía quién era el otro ni de qué era capaz. Luego de darnos las buenas noches, nos retiramos a nuestros aposentos. Dos días después, Rudolph murió. No diré que no lloré, pero si diré que no fueron lagrimas de pena. El anciano antes de expirar su último aliento, me tomo la mano, me miro directo a los ojos y con una amplia sonrisa me dijo: "Gracias". Muchas horas pasé luego, sentado junto a su lecho y con su mano en mi frente, recordando, y repitiendole, como si aún pudiera oirme, que era yo el que le estaría agradecido hasta el fin de mis días. Luego de disponer de sus funerales, me despedí por última vez y comencé las tareas que me había encomendado, empezando por la venta de la casa, ya que sería seguramente la que más tiempo me tomaría realizar.

Una mañana me dirigía hacia el Banco de Brittain para encontrarme con un posible comprador, y entonces la ví. Imposible era no fijarse en ella puesto que resaltaba demasiado entre la gentuza que en ese momento la rodeaba. Lascivas miradas y muecas perversas podían verse a su alrededor, mas ella parecía no inmutarse. Con una mano sostenia un pequeño mapa, mientras que con la otra jugueteaba con una cuchilla que le colgaba de la cintura. En ese momento, un individuo de armadura gastada y capa raída, en un patente estado de enbriaguez, acerco su mano por detras de la cabeza de la muchacha, intentando tocar uno de sus brillantes rizos negros. Pero nunca llegó a hacerlo, puesto que la hermosa desconocida, con un movimiento que apenas llegué a distinguir, cortó la mano del hombre aquel a la altura de la muñeca, separandola así del brazo. El pobre borracho, como volviendo de un sueño, miró su mano que yacía en el suelo, la cojió, y cayendo en la cuenta de lo que había sucedido, desapareció corriendo callejón arriba, hacia el cementerio, y sus gritos se perdieron en la lejanía. Rapidamente el gentío se dispersó,y ella nuevamente tomó su postura inicial, observando su mapa con una mirada confusa, como si nada hubiera pasado.
Me sentí increíblemente atraído hacia esa mujer, puesto que además de su notable belleza, no distinguía el mas mínimo ápice de malicia en sus ojos. Sin pensarlo, me dirigí hacia ella dispuesto a entablar conversación. Quería al menos saber quién era y que asuntos podrían traer a semejante criatura a un lugar como ese. Acercandome de frente, para evitar sobresaltos y que alguno de mis miembros corriese el riesgo de ser extirpado, le dije: "No siempre los mapas nos muestran el mejor camino", a lo que ella respondio sin siquiera mirarme: "Al menos son mejores que los hombres, que rara vez saben dónde están parados".
Seguramente no esperaba la risa que salió en ese momento de mis labios, puesto que me miró extrañada, sin saber por qué lo que ella intentó hacer parecer un insulto, había sido tomado por una gracia. Y como gracia lo tomé, puesto que era imposible para mí tomar nada dicho por esa voz,que dejaría a la mas exquisita de las melodías como un sordo ruido, de manera insultiva. Me ofrecí cortésmente a asistirla en lo que fuera que estuviera buscando, a lo que ella en principio se mostró reacia a aceptar. No me extrañó, puesto que aunque hacía poco que había llegado a Brittain, ya sabía muy bien que tipo de gentes la frecuentaban. De todas formas, al no notar en mí el más mínimo interés, puesto que lo disimulé magistralmente, accedió a compartir conmigo los pormenores de su búsqueda. Debía encontrar al herrero de Brittain, el cual pagaría la suma de 5000 piezas de oro a quien le devolviera un cargamento de Mithril que le había sido sustraido recientemente. La guié hasta la tienda del herrero, y ambos comenzaron a conversar sobre la cuestión del robo, cómo y dónde había sido, y donde sospechaba él se encontraban los bandidos. Mientras ellos hablaban, yo no podía hacer más que observarla, notando en mí una sensación de bienestar comparable sólo a la que sentía cuando me tendía en la hierba a observar el atardecer. Tal era el efecto que esta desconocida ejercía sobre mí. Cuando hubieron terminado de hablar, ella salió de la tienda dispuesta a encaminarse hacia donde el herrero le había dicho se escondía la banda, no sin antes agradecerme por haberla guiado hasta allí. Por supuesto, me ofrecí a asistirla en su cometido, aún sabiendo que no necesitaría ayuda fuera cual fuese la oposición que allí encontrara.
Pero es que simplemente no quería despedirme, y la idea de que por algún desafortunado revés del destino ella pudiera sufrir algún daño, me imposibilitaba para quedarme allí sin hacer nada. Como era de esperarse, ella se negó, pero sin dejarla continuar, le dí a entender que no tenía el más mínimo interes en la recompensa, y que si hacía lo que hacía, era fruto del espíritu de servicio que todo buen siervo de La Luz debe tener. Debí resultar muy convincente en mi discurso, puesto que luego de un breve momento de meditación, me invitó a que la siguiera.

Nos dirijimos hacia al norte, siguiendo la ruta que el herrero habia trazado en su mapa. Según éste, debíamos llegar hasta el Cementerio de Brittain, y desde ahí, trazar una linea recta hacia el norte, hasta llegar a una cadena montañosa. En ese punto, encontraríamos una serie de cuevas, lugar en el que supuestamente se escondían los forajidos. Aproveché el trayecto para intentar averiguar algo más sobre mi acompañante. Se identificó como Angela, guerrera mercenaria de la lejana Yew. Según ella, Yew se encontraba en camino de convertirse en una ciudad fantasma, poca o ninguna era la actividad allí, y menos aún eran las posibilidades que existían para una mujer como ella. Por este motivo había decidido probar suerte en Brittain, siendo éste el primero de sus trabajos. Al atardecer llegamos a una cadena montañosa de escasa altura, que se extendía pocos kilómetros hacia el este, y algúnos más dirección oeste. A medida que nos acercábamos, comenzamos a distinguir pequeñas entradas en la roca, y comprendimos que la tarea tomaría más tiempo del que suponíamos, puesto que habríamos de registrarlas todas para dar con el escondite. No fue así, ya que cuando nos encontrábamos a unos trescientos metros de la pared de roca, distinguimos en una de las entradas el claro brillo de una hoguera. Angela sufrió entonces una curiosa transformación, tensa y agazapada como una fiera al acecho, saco de un pequeño bolso que le colgaba del cinturón unos diminutos cuchillos, y una vez los hubo dispuesto entre sus dedos, de manera que parecía estar dotada de garras, comenzó a avanzar lentamente, buscando siempre el cobijo de los arboles. Nuestros estilos eran claramente diferentes, puesto que yo había desenvainado ya mi espada y equipado mi escudo, y pretendía irrumpir en la cueva y cortar toda cabeza que estuviera al alcance de mi brazo, así, sin mas. Gracias a la instruccion de mi querido Rudolph, mis habilidades con la espada superaban ya por bastante la media.
De todas formas, opté por no interferir, al fin de cuentas, se trataba de su misión. Luego de meditarlo un instante decidí que me quedaría de guardaespaldas, interviniendo sólo en caso de ser extremadamente necesario. Una vez llegados a la entrada de la cueva, Angela se puso de rodillas y se quedo inmóvil, con la mirada clavada en el suelo, escuchando. Desde dentro de la cueva se oían risas y algún que otro cántico. La banda festejaba tal vez la obtención de un nuevo botín.Los minutos comenzaron a pasar, y comencé a sentirme incómodo. A estas alturas, yo ya hubiera entrado, reducido a quien se hubiera resistido y recuperado el botín. Pero al parecer Angela apostaba por otras técnicas para conseguir sus objetivos. De pronto,sobresaltándome, la descubrí a mi lado, sin poder explicarme cómo había llegado allí sin que yo lo notara. Susurrando en mi oído, me comentó lo que había estado haciendo durante esos minutos que yo creí perdidos. Sabía exactamente el numero de hombres, cuántos portaban armas en ese momento y cuántos estaban en posición de defenderse. Por último, y con una sonrisa, me dijo que sería más fácil de lo que ella había imaginado. Acto seguido, y sin darme tiempo a reaccionar, desapareció de un salto dentro de la cueva. Hacia dentro corrí también, con un cierto sentimiento de angustia al verme separado de ella sin poder velar por su seguridad. El sentimiento se esfumó rápidamente para dar paso a otro de infinita sorpresa, comparado sólo con el que sentía ante Rudolph durante nuestros primeros entrenamientos. No esperaba encontrarme lo que entonces ví, y el estupor se reflejó claramente en mi rostro. Un recinto iluminado por una hoguera en su centro, diez hombres muertos, sus gargantas atravezadas por pequeños cuchillos, y en medio, de pie y con la luz de la hoguera a su alrededor a modo de aura, un ángel.
Tal fue el panorama que se abrió ante mis ojos, y fue en ese momento, en ese preciso intante, que algo cambió en mi corazón. Corrí hacia ella para cerciorarme que no estuviera herida, idea que pronto abandoné al verla girar y dedicarme una amplia sonrisa. Recuperadas las pertenencias del herrero, dejamos el resto de lo que allí había para el afotunado que lo encontrase, puesto que además resultaría imposible cargar con todo.

De camino de vuelta al pueblo, interrogué a Angela sobre sus habilidades de lucha, puesto que comencé a pensar de qué manera podría yo enfrentarme a un opononte que manejase esas técnicas (aunque en el fondo era una simple excusa, solo quería oir su voz). Ella calló un momento, mirando siempre delante, y luego de un suspiro, me contó la triste historia de su madre. Triste, pero no por eso atípica. Lamentablemente, en nuestra época y en estas tierras, historias de asesinatos y desdichas abundan por doquier. La mujer, cazadora de profesion, dominaba también el arte de la lucha, basado en gran parte en el dominio dearmas ligeras, tiro con arco, sigilo y tecnicas de camuflaje. Fue de ella de quién Angela había aprendido todo lo que sabía, y, según sus propias palabras, habría aprendido mucho más si no se la hubieran arrebatado tan joven. Mientras hablaba, yo no podía hacer más que escucharla y asentir con la cabeza, no queriendo interrumpirla en un discurso que seguramente ante muy pocos había dado. Fue en esta ocación cuando noté, por primera y única vez, un signo de devilidad en ella. Si bien su voz seguía mateniendo su timbre firme y musical, sus ojos, esos hermosos ojos verdes, dejaron entrever, casi imperceptible, una lágrima. Luego de acabar el relato, y tras otro momento de silencio, estalló en una risa, alegre como la de una niña. "No me llevo bien con el pasado", dijo, "y al futuro, bueno, a él aún no lo conozco". A partir de aquí sólo hablamos de la misión, mientras yo buscaba en mi cabeza la manera mas inteligente de enterarme cuales serían sus próximos pasos, y ademas, cómo podría hacer para retenerla, al menos por un tiempo, en Brittain. Realmente deseaba a esa mujer, pero de una manera mucho más compleja y profunda que el simple deseo sexual. La quería entera, en cuerpo y alma, y estaba seguro que si tenía la opotunidad de compartir al menos un tiempo con ella, podría llegar a enamorarme. Aún hoy, siendo todo esto un capitulo antiguo de mi vida, soy incapaz de decir porqué, al entrar en esa cueva y verla de pie junto a la hoguera, sentí lo que sentí por ella, y creo que jamas podré hacerlo.

Llegados a la ciudad nos dirijimos inmediatamente a la tienda del herrero. Una vez allí Angela entregó al hombre sus pertenencias. Luego de un breve relato de lo ocurrido, y luego de recibir su recompenza, nos marchamos. De vuelta en el Banco, todo parecía encaminarse a una irreversible despedida, puesto que Angela, acomodando su mochila y observando nuevamente su mapa, parecía disponerse para partir. A estas alturas, mi corazón latía con la fuerza de cien tambores, mientras mi cabeza aún intentaba encontrar esa ingeniosa excusa que la haría quedarse a mi lado por un tiempo. Al fin, descartadas todas las posibilidades, opté por hacer lo que desde un principio supe que sería lo mejor: abrirle mi corazón.
"No puedes marcharte aún", dije, "hay algo de suma importancia que debes hacer". "He cumplido mi tarea", respondió mirandome con expreción confusa, "Nada me queda aquí, y debo partir". "Algo te queda aún", respondí, y tomándola suavemente del brazo, la obligué a que me mirara. "Algo, y todo. Te queda mi corazón, y necesita que lo cuides". Luego la besé, y el beso fue el más apasionado que la tierra de Sosaria verá en mucho, mucho tiempo. Y dije: "La recompenza, bueno, la recompenza será tal que ni el tesoro mas grande y mejor guardado podrá igualar". En este punto, volví a reir nuevamente, ya que su expresión reflejaba claramente su confusión. Naturalmente, su lado guerrero, ese que la había mantenido con vida hasta ahora, estaba en alerta, advirtiendole que no creyera en este desconocido y que debía hacerme pagar por mi insolencia. Pero había algo más.
Si bien su mano derecha sujetaba con fuerza el cuchillo, la izquierda colgaba a un lado, como muerta, y con la boca entreabierta y los ojos casi desencajados, me observaba, debatiendose entre la ira y la alegría. El borracho aquel había perdido su mano sólo por intentar tocarle un rizo. ¿Qué me merecía yo, sino la mas dolorosa de las muertes? No es difícil comprender su reacción, si se toma en cuenta que jamás hasta ese momento alguien le había dedicado tales palabras, ni le había abierto su corazon de esa manera. No son estos tiempos del amor, por lo que cuando éste aparece, en ocaciones las personas simplemente no saben cómo reaccionar. De todas formas, noté claramente cómo empezaba a ceder, y para terminar de derrumbar la muralla que rodeaba su corazón, separé su mano del mango del cuchillo y se la besé, mirandola siempre a los ojos, para luego darle un largo y cálido abrazo. Así empezó mi historia con Angela,historia que yo creí incapaz de tener un fin, salvo el que irremediablemente trae la muerte. Pero el tiempo demostraría cuán equivocado estaba entonces, y que la epoca más negra de mi historia estaba aún por llegar.

Fueron aquellos días realmente felices. Muchas fueron las cosas que hicimos juntos, y el amor parecía al fin haber hechado fuertes raíces. Sólo por las noches, mirando a Angela mientras dormía apoyada en mi pecho, sintiendo su suave respiración y deleitándome con el perfume de sus cabellos, sentía yo una cierta inquietud. Puesto que era éste el momento, en la quietud de la noche, el que mi memoria elegía para traerme imágenes del pasado. Mis primeros años en Brittain, mis primeras aventuras, recorrían entonces mi mente, hasta que por último, la imagen de Rudolph se clabava en mi cabeza. Mucho había querido yo al viejo, y por eso un sentimiento de culpa inundaba mi corazón en esos momentos de recogimiento, puesto que recordaba la promesa que le había hecho. Promesa que no había cumplido aún, y que sinceramente no tenía intenciones de cumplir. Era feliz, ya no estaba solo, ahora tenía a alguien que me ayudaría a soportar la vida en Brittain. Rudolph lo entendería, sí, el viejo loco entendería. Así intentaba apaciguar la culpa, pero lejos de desaparecer, ésta parecía cobrar más fuerza con el paso del tiempo.

Dos años pasaron desde que conociera a Angela, y una noche, desperté sobresaltado, bañado en sudor, luego de haber tenido el sueño más angustioso que recordara hasta el momento. En él, me encontraba yo dentro de la casa, sentado en una silla baja. De pronto, y brotando del suelo y las paredes, pequeños demonios ígneos comenzaban a recorrer la habitación, pegándole fuego a todo lo que tocaban. Las criaturas acompañaban sus movimientos con una risa histérica, y yo comprendía que era de mí de quien se reían. Aunque intentaba moverme, me resultaba imposible, puesto que parecía estar adherido a la silla, además de ser incapaz de hacer fuerza alguna. Una vez la casa estaba completamente en llamas, los demonios desaparecían, para dar paso a una imagen aún peor. El fantasma de Rudolph, de pie ante mi, aparecía y comenzaba a reprocharme, con una voz cascada y desafinada, el no haber cumplido su última voluntad. La imagen del viejo no era la que yo conocía. Lo veía como un cadáver deborado por los gusanos, con la piel descompuesta y las cuencas de los ojos vacías. Pero si bien era ésta una imagen de terror, no era la que realmente hacía a mi sueño el mas angustioso de todos los que había tenido hasta entonces. Era la imagen de Angela, de pie fuera de la casa, la que dotaba al sueño de su cualidad desesperante. Puesto que ella sólo me miraba, mientras la casa ardía y yo le rogaba que me ayudase, y lo hacía con una mirada completamente vacía, y una expreción totalmente falta de interés. Entonces yo comprendía, que la suerte que corriera no le preocupaba lo mas mínimo. Mientras, mis gritos se mezclaban con los de Rudolph, sumándose luego nuevamente las demoníacas risas de las criaturas de fuego, claramente visibles ahora a mi alrededor. Entonces despertaba, con el corazón en la boca, y mi mano buscaba inmediatamente la cabellera rizada que tanto gustaba acariciar. De esa forma, calmado ya y alejados los temores, volvía a dormirme.
El sueño comenzó a ser cada vez más frecuente, al punto de llegar a pensar en él aún durante el día, y hasta a sentirme extrañamente incómodo cuando me encontraba junto a una hoguera. Además, no dejaba de preguntarme cuál podría ser la razón por la que Angela aparecía en mi sueño, comportándose de ese modo. Eramos felices, y lo demostrábamos, y nunca hasta ese momento nos habíamos dado razones para creer en una posible separación. Claramente, la culpa por no cumplir la voluntad del amigo amado, y el augurio de un amor marchito, ivan haciendo mella en mí, y aunque yo lo notaba, prefería ocultarlo, guardando la esperanza que el tiempo cubriría los temores con la promesa de una vida en paz.
Pero no fue así. En cambio, el sueño creció en intensidad, y me atacaba con una frecuencia y una fuerza cada vez mayores.
Comencé a notar un cambio en mí, generalmente cuando estaba solo. Me descubría pensando en cosas sin importancia, divagando y hablando en voz baja con un interlocutor imaginario. Además, me costaba cada vez más relacionarme con los demás, siéndome casi imposible mantener sus miradas. Mi espada llevaba ya mucho tiempo juntando polvo detrás de la cama. Sólo pensaba en el sueño, en sus demonios, en la terrible imagen de Rudolph, y en la indeferencia de Angela. Por supuesto, ella notó tambien el cambio, pero aunque intentaba indagar en lo que me estaba pasando, yo lo cubría con una sonrisa, esforzándome en convencerla de que sólo era algo pasajero. Pero no lo era. Y un buen día, cansado ya de estar en ese estado, y deseando nuevamente volver a mi antiguo camino, comprendí lo que debía hacer. Vendería todo, y junto con Angela nos marcharíamos a Jhelom, para vivir en la casa que Rudolph poseía ahí. Cuando al fin le confesé a ella el porqué de mi comportamiento, y la decisión que había tomado, ocurrió, primero casi imperceptiblemente, pero luego con una cruel claridad, lo que yo tanto temía. Angela parecía reacia a dejar Brittain, y mas aun a hacerlo para ir a Jhelom.
"Dejé Yew porque era una ciudad muerta, sin la más minima actividad", dijo, "¡Realmente no estoy ahora segura de querer recluirme en una isla perdida quien sabe dónde!". Aunque intenté convencerla de que era ésa la unica manera posible que encontraba para aliviar mi pena, fue inútil, puesto que la idea de vivir "como hermitaños", según decía ella, parecía horrorizarla. Tiempo después descubriría yo cuánta ignorancia había en sus palabras, puesto que Jhelom resultó ser un lugar por demás interesante, habitado por personas dotadas de un gran saber. Pero en ese momento, yo tambien lo ignoraba, y solo deseaba poder cumplir con la palabra dada y descansar así mi corazón. Al principio, Angela intentó convencerme de no partir, argumentando que porqué habríamos de dejar el lugar donde nos habíamos conocido, y donde además podíamos vivir cómodamente.
Pero luego de un tiempo, y observando que yo no parecía cambiar de opinión, ella sufrió un cambio también. Era poco lo que hablábamos, y cuando lo hacíamos generalmente terminaba en una discución. Asi fue como la discordia entró en nuestras vidas, y al poco tiempo, creció de tal manera que terminó por ser una barrera infranqueable.
Finalmente, faltando un mes para que se cumplieran cuatro años de la muerte de Rudolph, tomé la decisión que en esa fecha, y en su honor, dejaría Brittain, solo, si era necesario. En realidad me había hecho ya a esta idea, puesto que Angela había dejado ya de ser quien yo había conocido, y parecía afanarse más en intentar convencerme del error que estaba a punto de cometer, que en intentar comprender el porqué estaba obligado a hacerlo. Hacía tiempo que no la veía sonreir, y el sabor de sus labios era ya un recuerdo del pasado. Asi fue que, el día que entregué las llaves al nuevo dueño de la casa, el cual casi daba saltos de alegría por haberla conseguido casi por la mitad de su valor real, me despedí también de Angela. No hubo ya discordia, no mantuvimos discución alguna, sólo nos despedimos, deseandonos suerte en el camino que estabamos por recorrer.
Pasarían luego muchos años antes de que volviera a saber algo de ella, pero esa es otra historia.

Comencé pues mi viaje, siguiendo lo mejor que pude el viejo mapa de Sosaria que Rudolph tenía enmarcardo en su habitación. Me pareció buena idea utilizar éste y no comprar uno nuevo. El mapa del viejo me guiaría sin duda alguna mejor que cualquier otro, y ademas, sería como si él en persona me acompañara. Luego de dos semanas de viaje, marchando siempre rumbo suroeste, llegué sin muchos contratiempos a la ciudad de Trinsic. El sol derramaba sus últimos rayos sobre los tejados cuando pisé "La Posada del Viajero", el lugar que me pareció mas adecuado para descansar la última noche antes de partir nuevamente a la etapa final de mi viaje. Lo que allí ví me resultó en realidad curioso, y en cierta manera reconfortante. Puesto que las caras que allí pude observar, si bien no todas, eran en su mayoría distintas a las que yo estaba acostumbrado a ver en la ahora lejana Brittain. Se trataba de personas diferentes, no solo en su aspecto, sinó tambien en su actitud. No se escuchaban gritos, sinó sólo conversaciones, y las ropas y armaduras que allí ví eran de lo más variadas. De alguna forma comprendí innecesaria mi arraigada costumbre de tener la espada desenvainada sobre la mesa. Luego de cenar, me retiré a una habitación a descansar, puesto que deseaba partir pronto por la mañana. Según mis cálculos, en tres días aproximadamente, llegaría al Cabo de los Héroes, desde donde podría tomar un barco hacia Jhelom. Partí a la mañana siguiente, y al mediodía de la tercer jornada de viaje, llegué a mi destino, habiendo sufrido durante el camino solo un pequeño incidente. Al parecer había habido alguna actividad reciente en las ruinas que se encuentran a pocos kilometros al norte del Cabo de los Héroes, puesto que al llegar allí, y aunque intenté evitarlo lo mas posible, fui interceptado por muertos vivientes que aún rondaban por la zona. Las pobres criaturas calleron bajo el filo de mi espada, puesto que ademas de no representar un serio peligro, eran además escasos en número. Distinto hubiera sido tal vez si el Liche que los despertó hubiera seguido allí. Pero no había rastros de él, solo los restos de los inmundos materiales que utilizan para sus ritos. Llegué así pues al embarcadero, pero no me fue posible cojer el barco hacia la isla hasta la mañana siguiente, puesto que el capitan del barco aseguraba que una fuerte tormenta se desataría de un momento a otro, como efectivamente sucedió. Antes del amanacer del día siguiente, partí por fin en barco hacía Jhelom, y parado en la popa, mirando la costa, agaché la cabeza un momento, y me despedí así por última vez de Brittain, y de Angela.

Luego de una jornada de viaje por aguas tranquilas, puse pie, finalmente, en la isla de Jhelom. Comencé a recorrer el lugar, en busca de un banco donde poder dejar las posesiones que en ese momento llevaba, pero, al no conocer el sitio, no era capaz de dar con uno. Un caballero alto, de pelo oscuro y lustrosa armadura de acero, reconociéndome como nuevo en la isla, se ofreció gentilmente a asistirme en lo que fuera que estaba buscando.
Se presentó como Ariel el León.
Aqui concluye este relato, pues lo que ocurrió a continuación y todos los hechos que siguieron a este encuentro, es una historia que aún está siendo escrita...

FIN

No recuerdo muy bien lo que ocurrio al entrar en Sosaria, por lo que no puedo describirlo,
pero de repente me encontre en un callejon oscuro, solo, y perdido. Llevaba un
pequeño zurron con un poco de comida y una espada como equipaje.. buscaba a los SpS